Published in El Nuevo Día: Tribuna invitada on October 11, 2019

Hoy cuando nuestro partido celebra su convención en Fajardo, de cara a una primaria histórica por la candidatura a la gobernación, se hace imprescindible que hagamos una profunda composición de lugar sobre la alta responsabilidad que recae sobre nosotros en la forja de un proyecto político no colonial y no territorial.

A 13 meses de las elecciones la tentación más grande que tiene el PPD ante si es intentar escabullirse del tema del status.

Parapetarse tras la bancarrota y la deuda para desde ahí darle la espalda a la descolonización del país.

Anteponer, nuevamente, el cálculo político sobre el cálculo patriótico.

Argumentar que el PPD no es un partido ideológico; que su fundador era ideológicamente agnóstico y que por tal razón se abrazó a la sagrada mantra de que el “status no está en issue”.

No son pocas las voces (algunas de ellas respetadas) que justifican la inacción del PPD en materia de status desde una perspectiva distorsionada de nuestra propia historia. 

Así las cosas, es menester rescatar esa historia.

La célebre declaración de Luis Muñoz Marín de cara a la elección de 1940 a los efectos de que el status no estaba en issue en modo alguno constituye (ni nunca constituyó) la posición histórica del PPD con respecto a la consecución de mayores poderes para Puerto Rico.

Tal expresión debe enmarcarse dentro del contexto de aquella primera campaña del PPD contra la Coalición republicano-socialista (entonces enquistada en el poder desde el control absoluto de la Cámara, el Senado y la Comisaría Residente).

Alcanzado el poder en 1940, el liderato popular con Muñoz Marín, Ernesto Ramos Antonini, Samuel R. Quiñones, María Libertad Gómez, Jesús T. Piñero y Antonio Fernós Isern a la cabeza no cejó en su empeño por abolir la repulsiva Ley Jones y encaminar al país por la senda del gobierno propio.

El récord está ahí.

A menos de dos años de su ascensión al poder, el liderato popular participó activamente de los trabajos de la comisión nombrada por el presidente Franklin D. Roosevelt para encaminar en el Congreso la legislación sobre el gobernador electivo y en la confección del S. 1407 que fue llevado a vista pública en el Senado federal el 16 de noviembre de 1943.

Ante el fracaso no se arredró. Y encaminó en el Congreso, con la anuencia de Roosevelt, el bill Tydings-Piñero de 1945 para dotar a Puerto Rico de mayores poderes. Y nuevamente, tal cual el Sísifo de Luis Muñoz Rivera, luchó por la consecución de la ley del gobernador electivo de 1947.

Y de ahí a la ley 600 de 1950; a la Convención Constituyente de 1951 y a la Constitución de 1952.

Consciente de las evidentes deficiencias del arreglo del 52, nuevamente con Muñoz Marín a la cabeza, el PPD dio la batalla en el Congreso por la culminación del proyecto autonomista — primero a través del bill Fernós Murray de 1959 y luego mediante el bill Aspinall de 1962 y los trabajos de la comisión de Casa Blanca nombrada por el presidente Lyndon Johnson en 1964 que desembocó en el plebiscito de 1967.

El pase de batón de 1969 trajo consigo a Rafael Hernández Colón, quien lejos de entregar las banderas del autonomismo las empuñó a través de los trabajos del comité ad hoc de 1973-75 y sus recomendaciones para un pacto de unión permanente entre Puerto Rico y los Estados Unidos. 

De ahí a la nueva tesis de 1978 y al histórico esfuerzo que va de 1989 a 1991 — cuando más cerca hemos estado del fin deseado.

Y de ahí en adelante el diluvio.

En lo sucesivo el PPD perdió su brújula ideológica; se divorció de su propia historia.

Comenzó a devanear.

Y cada vez que hemos llegado al poder, desde el 2000 en adelante, no se ha hecho nada en lo que respecta al status. No pasa nada. Que si la constituyente. Nada. Que si un ELA no colonial y no territorial. Nada. Que si el ELA soberano. Nada.

¿Y entonces en qué es que nosotros creemos? ¿En nada?

Y algunos dirán que Muñoz Marín y Hernández Colón pudieron haber timoneado al país de forma más agresiva hacia su descolonización; que con el poder político que detentaron pudieron haber hecho más y mejor; que cayeron abatidos por las complejidades de la Guerra Fría.

Desde luego.

Lo cierto es que, con sus luces y sus sombras, mientras estuvieron en el poder nunca fueron rehenes de la enajenación y hambruna ideológica que hoy carcome al PPD.

Cada uno, a su manera, leyó con inteligencia la brújula geopolítica del momento que le tocó gobernar e hizo dentro de nuestro apretado radio de acción lo que más pudo para alcanzar la escurridiza culminación del Estado Libre Asociado.

Que nunca llegó de la manera que ellos la visualizaron, cierto es.

Precisamente por eso mismo ya no se puede seguir perdiendo el tiempo. Se impone, pues, la alta obligación dentro del PPD de surcar nuevas latitudes, a la vez que se atiende de forma estratégica la regeneración de nuestras finanzas y la puesta en marcha de nuestro motor económico.

Desde luego que el status sigue estando en issue; lo que no puede estar en issue ni en el PPD ni en Puerto Rico es la cobardía.

Rafael Cox Alomar

Rafael Cox Alomar