Published in El Nuevo Día: Tribuna invitada on May 31, 2019.

Mientras Donald Trump se encontraba de visita por Japón, dispensándole reverencias al recién estrenado emperador Naruhito a la vez que haciéndole el caldo gordo al impresentable Kim Jong-un de Corea del Norte en su andanada de insultos contra Joe Biden, la Unión Europea se revolcó.

Es que el pasado domingo 26 de mayo, hubo elecciones en los 28 países miembros de la Unión Europea (incluida Gran Bretaña) para seleccionar a los 751 diputados que a partir del 2 de julio de 2019 detentarán, desde el Parlamento Europeo, la alta responsabilidad de fijar el rumbo político, económico y fiscal del bloque comercial más grande y heterogéneo del planeta, el cual hoy cuenta con una población que rebasa las 450 millones de personas.

¿Y qué dijo el electorado europeo?

Que el desmantelamiento de la Unión Europea no es una opción y que el patético modelo del Bréxit británico no tiene cabida en el viejo continente.

¿Y qué más dijo?

Que Bruselas tiene que renovarse al son de nuevas voces si es que quiere sobrevivir.

Ahí el complejo desafío que hoy se cierne sobre Europa.

¿Por qué?

Porque esas nuevas voces, lejos de converger ideológicamente, gravitan en polos opuestos. Se sitúan o a la extrema derecha o a la extrema izquierda. Y precisamente son estas las únicas fuerzas políticas que aumentaron su número de diputados en comparación a la última elección europea de 2014. Todos los demás partidos, muy particularmente los de centro derecha y centro izquierda, lejos de ganar perdieron escaños en el Parlamento Europeo.

Veamos. Mientras las agrupaciones neofascistas ahora tendrán 34 escaños más en el legislativo europeo (de 78 a 112), los verdes y los grupos más liberales también percibieron un aumento importante con 58 posiciones adicionales.

Tal resultado, junto al colapso de la centro derecha y la centro izquierda encabezadas, respectivamente, por el Partido Popular Europeo (comandado por Angela Merkel y sus conservadores “light”) y la Alianza Progresista de Socialistas y Demócratas (liderada por Pedro Sánchez), significa que nadie cuenta con los 376 votos requeridos para formar un nuevo gobierno europeo.

¿Y cuál es la pertinencia inmediata de esto?

Que si no se llega a un consenso entre aquellas fuerzas políticas antes del 2 de julio no habrá ni presidente de la Comisión Europea (equivalente al poder ejecutivo de la Unión Europea), ni presidente del Banco Central Europeo ni presupuesto regional (que hoy ronda los €165 billones).

¿Cuál es la pertinencia a mediano y largo plazo de las elecciones europeas?

Que nos dan una radiografía política sobre lo que está pasando ahora mismo en los países más grandes e influyentes de Europa y sobre la capacidad o incapacidad de la Unión para hacerles frente a los “bullies” globales: Donald Trump y Vladimir Putin. ¿Está en condiciones Bruselas para servir de contrapeso a Trump en el Oriente Medio? ¿En el manejo del cambio climático? ¿En la lucha contra China, Irán y Corea del Norte? ¿Podrá Europa estabilizar el escenario global? A juzgar por las elecciones europeas parecería que “no”.

Con una Inglaterra ya casi en manos de Nigel Farage, un Emmanuel Macron acorralado por Marine Le Pen, una Italia bajo la bota de Matteo Salvini y una Ángela Merkel de capa caída (con su sucesora Annegret Kramp-Karrenbauer considerablemente debilitada), Europa anda francamente en neutro, a la merced de Trump y Putin (quien hoy en silencio afila sus garras para sacarlas en invierno cuando sabe que Europa necesita su gas y petróleo para encender sus chimeneas).

¿Y ahora qué?

Esperar a que ese nuevo liderato europeísta, que triunfó ampliamente en España, Portugal y Holanda se ponga los pantalones largos y junto a Macron se dé a la tarea de consolidar el sueño europeo por el bien de la humanidad.

 

Rafael Cox Alomar

Rafael Cox Alomar