Published in El Nuevo Día: Tribuna invitada on July 8, 2022

Desde Inglaterra nos llegan noticias sumamente reveladoras, aleccionadoras e inclusive alentadoras. Y es que sin mediar orden de arresto alguna, ni acusación de robo de fondos públicos, ni amenaza de residenciamiento (impeachment) y sin atisbo alguno de protestas callejeras, el sistema constitucional inglés logró poner de patitas en la calle al político más embustero, marrullero, manipulador y ambicioso que jamás haya puesto pie en el Número 10 de Downing Street.

Tamaña hazaña.

A pesar de ser un hijo de la aristocracia inglesa, egresado de Eton y Oxford (Balliol College) y de hacerse pasar por el heredero intelectual e ideológico de Winston Churchill, Boris Johnson nunca dejó de ser una figura estrafalaria dentro del mundillo político inglés.

Los cinco momentos clave de la caída de Boris Johnson

La renuncia de Johnson es una importante lección para Puerto Rico, porque aquí a menos que no actúe un gran jurado federal o que no estalle una revolución callejera, los políticos, lejos de renunciar abochornados, lo que hacen es atornillarse en el poder, escribe Rafael Cox Alomar.
La renuncia de Johnson es una importante lección para Puerto Rico, porque aquí a menos que no actúe un gran jurado federal o que no estalle una revolución callejera, los políticos, lejos de renunciar abochornados, lo que hacen es atornillarse en el poder, escribe Rafael Cox Alomar. (Agencia EFE)

Desde sus días como corresponsal en Bruselas del periódico inglés (de corte derechista) The Daily Telegraph, Johnson siempre transitó con el cuchillo en la boca dispuesto a cualquier cosa con tal de alcanzar y retener el poder.

Su ascenso a la cúspide se dio de forma gradual pero calculada. Ganó su primer escaño en la Cámara de los Comunes por el Partido Conservador en las elecciones generales de junio de 2001 — la misma noche que su partido caía abatido por Tony Blair y su nuevo laborismo.

Siete años más tarde se hizo con la alcaldía de Londres — derrotando al entonces alcalde laborista Ken Livingston. En 2012 Johnson volvió a derrotar a Livingston obteniendo así un segundo término que a su vez coincidió con la celebración de los Juegos Olímpicos en Londres.

Boris Johnson cede ante la presión y dimite: ¿Y ahora qué?

Su salida de la alcaldía de Londres coincidió con la convocatoria que su propio partido (por voz del entonces primer ministro David Cameron) hizo para celebrar el referendo sobre el bréxit. Es dentro de este contexto que Johnson regresa a la Cámara de los Comunes, haciendo uso de su tono vitriólico para pedir un voto por bréxit. Fue el triunfo del bréxit lo que catapultó a Johnson al estrellato — ahí que la primera ministra Theresa May le designara en 2016 ministro de relaciones exteriores (foreign secretary).

Y desde entonces hasta 2019, usando como telón de fondo las tortuosas negociaciones entre Londres y Bruselas con respecto al mercado común y al futuro de Irlanda del Norte, se dedicó a conspirar, tramar y manipular hasta que logró la salida de Theresa May.

Fue sobre las cenizas de aquella que Johnson finalmente se hizo con el poder absoluto tanto en el Partido Conservador así como en Downing Street. Y valiéndose de toda suerte de artimañas (que incluyeron inducir a error a la propia reina Isabel II para que disolviera el Parlamento a destiempo) logró prevalecer en las elecciones de 2019.

¿Y qué pasó?

Pasó que tanto propios como ajenos (incluyendo sus propios compañeros de gabinete) finalmente se percataron de su amoralidad y falta de carácter: que les había mentido todo el tiempo sobre todas las cosas.

Que les mintió sobre las bondades del bréxit (que lo que ha hecho es empobrecer la economía inglesa); que ocultó lo que sabía sobre las agresiones sexuales de su protegido Chris Pincher (su portavoz alterno en la Cámara); que le mintió a la policía sobre las fiestas ilícitas que celebraba en los jardines de Downing Street; que ocultó que en efecto le solicitaba dinero a sus donantes políticos para remodelar la residencia privada en Downing Street donde vivía con su esposa e hijos; que ocultó que donantes allegados a él financiaban sus vacaciones veraniegas en las islas granadinas en el Caribe; que le mintió a la reina y al Privy Council sobre el alcance de sus poderes para solicitar la disolución del Parlamento.

En fin, Johnson se enredó en sus propias mentiras.

Y como cuestión de honor y principio entre martes y miércoles de esta semana más de 60 miembros de su propio gobierno renunciaron en protesta por las acciones y omisiones de su jefe político.

La presión fue tal que Johnson tuvo que renunciar en menos de 48 horas.

Importante lección para Puerto Rico.

¿Por qué?

Porque aquí a menos que no actúe un gran jurado federal o que no estalle una revolución callejera, como lo que pasó en el verano del 19, los políticos, lejos de renunciar abochornados por sus tropelías, lo que hacen es atornillarse en el poder. Y si renuncian al rato están buscando por dónde colarse.

Ese fenómeno es inexistente en el mundo inglés.

Resulta interesante que en un país como Inglaterra, en donde no hay una constitución escrita, el sistema político tiende a funcionar con relativa eficiencia.

Ahí los ejemplos históricos de Neville Chamberlain, Anthony Eden, Harold Macmillan, Margaret Thatcher, Tony Blair, David Cameron y Theresa May.

Cada uno de ellos salió de Downing Street no porque robaron o porque los acusaron, ni siquiera porque cometieran alguna falta administrativa. Salieron de allí como cuestión de principio y honor — porque entendían que sus políticas y decisiones ya no contaban con respaldo mayoritario y que antes de convertirse en un estorbo para su país y su partido debían echarse a un lado.

Abriéndole camino a las nuevas ideas y a los nuevos lideratos.

Bien harían José Luis Dalmau y Tatito Hernández, después del papelón del presupuesto, en tomar nota de los funerales de Boris Johnson.

Rafael Cox Alomar

Rafael Cox Alomar