Apaciguadas las ráfagas del Huracán Boricua, comienzan a sentirse las sacudidas del terremoto primarista. Y ante el bombardeo de ataques entre Pedro Pierluisi y Jenniffer González – blitzkrieg mediático que tiene a la isla forrada (o más bien afeada) de propaganda – los más jóvenes quizás imaginarán que aquí siempre hubo primarias por la candidatura a la gobernación. Y los que hoy peinan canas y crecieron al calor del caudillismo que por tanto tiempo dominó nuestro escenario político podrán pensar que las primarias dividen a los partidos matando sus posibilidades de triunfo.
¿Será verdad?
En Puerto Rico la primera ley de primarias (voluntarias) entró en vigor en 1956. Pero no fue hasta 1974 que el Código Electoral obligó a los partidos a reconocer el derecho a la primaria que le asiste a cualquiera de sus miembros.
Sin embargo, desde 1948, cuando los puertorriqueños eligieron por vez primera su gobernador, para acá la primaria ha sido la excepción y no la norma. En 1948, 1952, 1956 y 1960 Luis Muñoz Marín fue nominado por aclamación. Tan absurdo era el concepto de la primaria para Muñoz y los de su generación que, a su retiro en 1964, fue él mismo quien nominó de dedo a su sucesor Roberto Sánchez Vilella. Rota la relación entre ambos, y asediado por el reto de Luis Negrón López, Sánchez Vilella le solicitó al Consejo Central del PPD la celebración de primarias en 1968 para dilucidar la candidatura a la gobernación, pedido que fue denegado de plano por Muñoz. Derrotado en una amañada asamblea de delegados, Sánchez se marchó del PPD, buscó la reelección bajo la insignia del Partido del Pueblo y sacó 107,000 votos — sellando así la primera derrota popular.
Las primarias por la gobernación en la Pava todavía tardarían 52 años en llegar. En el ínterin, Rafael Hernández Colón fue nominado por aclamación cinco veces consecutivas (1972, 1976, 1980, 1984 y 1988). Y así sucesivamente Victoria Muñoz (1992), Héctor Luis Acevedo (1996), Sila Calderón (2000), Aníbal Acevedo Vilá (2004 y 2008), Alejandro García Padilla (2012) y David Bernier (2016) accedieron a la candidatura sin un solo rasguño primarista.
Del otro lado de la verja la historia no es distinta. Luis A. Ferré, el político estadista que en mayor número de ocasiones (primero bajo el Partido Estadista Republicano y luego bajo el PNP) aspiró a la gobernación (1956, 1960, 1964, 1968 y 1972), jamás confrontó primarias. Su sucesor Carlos Romero Barceló (1976, 1980 y 1984) tampoco compitió en primarias y torpedeó la aspiración primarista de Hernán Padilla (entonces alcalde de San Juan), quien acorralado por la maquinaria prefirió irse del PNP y fundar un nuevo partido antes que exigirle al PNP la celebración de una primaria (a lo que Padilla tenía derecho). El doctor Padilla corrió bajo la insignia de su recién fundado Partido Renovación, sacó 69,807 votos y selló la derrota del PNP en 1984.
Ninguno de los que vinieron después enfrentaron primarias: Baltasar Corrada (1988), Pedro Rosselló (1992 y 1996) y Carlos Pesquera (2000). Todo cambió en 2004 cuando Rosselló y Pesquera se enfrentaron. De ahí en adelante todos los candidatos del PNP (Luis Fortuño 2008, Ricardo Rosselló 2016 y Pedro Pierluisi 2020) fueron seleccionados en primarias.
Además de fortalecer nuestra cultura democrática, las primarias que se conducen con apego al respeto y al debido proceso robustecen a los partidos. Así lo demostró el PNP en 2008, 2016 y 2020. Inclusive el PPD en 2020, a pesar de la derrota de Charlie Delgado, supo hacerse con el control de Cámara y Senado.
El partido que mezquinamente torpedea un legítimo reclamo primarista cava su propia tumba. Así lo comprendió tardíamente el propio Muñoz cuando a dos años de su muerte se arrepintió públicamente de haberle negado la primaria a Sánchez (“el Partido Popular y yo cometimos un error al no propiciar que Sánchez … luchara por el favor que el pueblo hubiera querido concederle para un segundo término.”) (Véase El Mundo, 12 de febrero de 1978.)
¿Y entonces quién gana? ¿Jenniffer? ¿Pierluisi? ¿Zaragoza? ¿Jesús Manuel?
En la inmortal consigna de Roberto Sánchez Vilella: ¡Qué el pueblo decida!