Constituye hoy un imperativo moral hablar sin pelos en la lengua. La estrategia de suplicarle a Donald Trump que conceda la soberanía por decreto es, a un mismo tiempo, intelectualmente deshonesta y contraria a la digna tradición democrática que informa la trayectoria histórica de gran parte del soberanismo.
Es un grave error de cálculo que evoca las peripecias del desdichado rey Pirro que, aun derrotando a los romanos en la batalla de Ásculo (279 A.C.), provocó la destrucción de su propio reino.
Y es que la notoriedad que ha suscitado la propuesta constituye en sí misma una victoria pírrica, si se compara con las funestas consecuencias que dicha iniciativa podría tener sobre Puerto Rico.
De más está decir que (como de costumbre) son muchísimos más los que han comentado la propuesta sin haberla leído, que los que la han leído.
Ya sea por la mendacidad o ingenuidad de sus autores, el borrador de la orden ejecutiva establece que el presidente Trump ordenará el inicio de un “legally sound transition process to a national sovereignty status as previously detailed in U.S. Senate bill 712.” De hecho, uno de los autores principales de la propuesta recientemente alegó que la orden ejecutiva tiene “como referente principal el plan de transición negociado por el PIP en el proceso congresional de consulta y negociación de 1989-1991”. (Carlos Rivera Lugo, Claridad, 11 de marzo de 2025).
¿Y que establecía la definición de independencia que el PIP incorporó al proyecto S. 712 de la autoría del entonces senador demócrata Bennett Johnston?
Que bajo la independencia Puerto Rico entraría en un tratado de libre comercio con los Estados Unidos. Que los productos puertorriqueños entrarían al mercado americano libre de aranceles. Que nuestros bonos retendrían su triple exención. Que la Reserva Federal garantizaría la estabilidad monetaria de la nueva república. Que Washington persuadiría a sus aliados geopolíticos a abrirle sus mercados a los productos y servicios puertorriqueños. Que habría una transición ordenada en la transferencia de los fondos federales existentes. Que la ciudadanía se retendría e inclusive habría espacio para un régimen de doble ciudadanía.
¿Y en serio los proponentes de este ardid piensan que Trump va a conceder todas estas cosas? ¿El mismo que a diario quita y pone aranceles? ¿El que aborrece el libre comercio? ¿El que desconoce la doble ciudadanía? ¿El que busca descuartizar la cláusula de ciudadanía de la decimocuarta enmienda? ¿El que no respeta la soberanía de Ucrania ni de Canadá? ¿El que amenazó a Dinamarca con arrebatarle Groenlandia? ¿El que está loco por anular el tratado Carter Torrijos de 1977 para robarse el Canal de Panamá? ¿El lengüilargo que dice una cosa hoy y otra mañana?
Aquí lo que puede pasar es que Trump conceda la independencia de la peor manera — mucho peor que bajo el punitivo proyecto Tydings de 1936. Y algunos ripostarán que es el Congreso bajo la Cláusula Territorial de la Constitución quien único puede disponer de Puerto Rico. El problema es que bajo el nuevo (des)orden constitucional que hoy se vive en los Estados Unidos nada impide que Trump actúe y que el Tribunal Supremo ratifique sus acciones o simplemente se quede cruzado de brazos guarecido detrás de la conveniente doctrina de la cuestión política.
Señores: coquetear con Trump es jugar con fuego. Es darle la espalda al pueblo de Puerto Rico. Es echar por tierra la memoria histórica de Betances, Hostos, De Diego, Albizu, Géigel Polanco y Concepción de Gracia. Es darle municiones a los colonialistas que falsamente quieren hacerle creer al país que esta estratagema goza de la aprobación y patrocinio de todo el soberanismo — al que temen como el diablo a la cruz — luego del contundente respaldo que alcanzó en las pasadas elecciones.
Mírense en el espejo del pueblo inglés y su atroz manejo del bréxit. En 2016 los ingleses quemaron la casa para salvar los muebles y al final se quedaron sin casa y sin muebles. No caigamos nosotros en la misma trampa. Luchemos por nuestro derecho a la libre determinación y la soberanía anclados a la transparencia, la dignidad y el decoro.