¿Watergate Parte 2?
“Hay un cáncer muy cercano a la presidencia, que está creciendo. Y continúa creciendo a diario. Está regándose. Y crece geométricamente, porque anda en metástasis”. Con estas contundentes palabras daba inicio el sensacional testimonio de John Dean, asesor legal del presidente Richard Nixon, en las vistas sobre Watergate, que en 1973 conducía el Senado federal.
Para Nixon, en las premonitorias palabras de César, la suerte ya estaba echada. En cuestión de meses se vería obligado a renunciar a la presidencia en condiciones bochornosas y pasar a la historia como el único presidente en salir por la puerta trasera de la Casa Blanca.
Y todo comenzó aquel 25 de junio de 1973, con las revelaciones de Dean (y se complicó aun más con la admisión semanas más tarde de Alexander Butterfield a los efectos de que Nixon mantenía un sistema de grabaciones secretas en la oficina ovalada).
Lo que resulta francamente sorprendente es que la historia de Watergate se está repitiendo ante nuestros propios ojos.
Nuevamente un abogado presidencial, esta vez Michael Cohen, es quien comparece ante el Congreso a exponer todo lo que sabe sobre los graves delitos alegadamente cometidos por el propio presidente.
Nuevamente un abogado presidencial hace alegaciones de culpabilidad ante un gran jurado federal admitiendo la comisión de delito grave por instrucciones del propio presidente.
¿Y qué le dijo Cohen al Congreso sobre Trump?
Dijo de todo. Algunas cosas que ya sabíamos, otras que sospechábamos y otras que aún no conocíamos.
Dijo que (Trump) era un fantoche, un estafador, un tramposo e inclusive un racista.
Dijo que gran parte de los delitos graves que cometió (perjurio, conspiración, evasión contributiva) los perpetró “para el beneficio,” “conforme las instrucciones” y “en coordinación” con Donald Trump.
Dijo que Trump miente cuando dice que no sabía nada de las andanzas del estrafalario Roger Stone, quien en maridaje y contubernio con el escurridizo pirata cibernético Julian Assange (fundador de “WikiLeaks”), se las arregló para robarse los emails de la campaña de Hillary Clinton.
Cohen va más allá. No solo alega que Trump tenía perfecto conocimiento de lo que a su alrededor se fraguaba, sino que era el propio Trump y no Stone el gestor principal de toda aquella cochambre.
Sostuvo, además, que fue Trump quien le ordenó sacar de forma fraudulenta una línea de crédito del First Republic Bank por la cantidad de $130,000 para pagar el silencio de Stormy Daniels en el momento más álgido de la campaña, cuando salió a la luz la grabación de Trump en el programa Access Hollywood y decenas de mujeres denunciaban sus alegadas agresiones sexuales.
Sin embargo, más allá de intimar y especular, Cohen no pudo ofrecer evidencia directa que estableciera que Trump o su campaña haya conspirado con Rusia para manipular el resultado de las elecciones de 2016.
Es ese eslabón precisamente el que hace falta para completar el rompecabezas.
Resta ver si el fiscal Robert Mueller encuentra la pieza del jaque mate.
¿Será Cohen, tal como fue Dean de Nixon, el talón de Aquiles de Trump?
¿Correrá Trump igual o peor suerte que Nixon?
¿Comenzará un proceso de residenciamiento (“impeachment”)?
Cabe la posibilidad.
¿Y qué es eso?
Un juicio político que por mandato constitucional (Artículo II, Sección 4 de la Constitución) podría desembocar en la destitución del presidente.
El camino del “impeachment” es uno cuesta arriba porque el texto constitucional requiere la concurrencia de al menos 67 de los 100 senadores, y ahora mismo son 53 los republicanos que ocupan escaños en la cámara alta.
No hay votos para sacar a Trump.
Published in El Nuevo Día: Tribuna invitada on February 27, 2019.