En los Estados Unidos, mañana martes, 6 de noviembre, todos los caminos conducen a la urna electoral donde los votantes norteamericanos habrán de elegir 435 representantes a la Cámara federal, 35 senadores y 39 gobernadores (si incluimos las contiendas a la gobernación en los territorios de las Islas Vírgenes, Guam y las Marianas del Norte).

¿Y por qué ahora a mitad de cuatrienio?

Porque la Constitución de los Estados Unidos establece en su Artículo 1 (Sección 2) que la Cámara de Representantes “se compondrá de miembros elegidos cada dos años.” Lo que significa que cada dos años hay elecciones para elegir 435 representantes. La última elección fue en 2016, por lo que ahora, en 2018, se impone nuevamente la obligación constitucional de renovar la composición de la cámara baja.

¿Y el Senado?

La Constitución, por su parte, dispone en su Artículo 1 (Sección 3) que el “Senado de los Estados Unidos se compondrá de dos senadores por cada estado, elegidos […] por el término de seis años”. Inicialmente la elección de los senadores correspondía a las legislaturas estatales. No fue hasta la ratificación de la decimoséptima enmienda, en 1913, que la elección de los senadores federales pasó a las manos del pueblo. A diferencia de los representantes, no todos los senadores se eligen al mismo tiempo. Desde la conformación del primer Congreso en 1789, cada dos años se elige una tercera parte del Senado -de tal manera que la composición de la cámara alta se va renovando no de forma brusca sino gradualmente.

¿Y las gobernaciones?

Cada estado determina, conforme su propia ley electoral, la fecha de la elección a la gobernación y las legislaturas estatales.

¿Y por qué tanto interés en estas elecciones de medio término si la presidencia no está en juego?

Porque son el primer referéndum sobre la controvertible presidencia de Donald Trump y porque su resultado tendrá impacto sobre cada aspecto de la vida del ciudadano de a pie.

¿Y quién va a ganar?

Tal parece que los demócratas podrían reconquistar la Cámara, y los republicanos posiblemente mantener su ligera ventaja en el Senado.

¿Y cuántos escaños hacen falta para controlar la Cámara?

218 (el 50 +1 de 435).

¿Y cuántos escaños tienen los demócratas ahora mismo?

195.

¿Dónde los demócratas podrían conseguir los 23 escaños que necesitan para controlar la Cámara?

En distritos que comprenden suburbios de la Ciudad de Nueva York, Filadelfia, Detroit, Chicago, Los Ángeles e inclusive Miami, en donde electores que pudieron haber votado por Donald Trump en 2016 hoy repudian sus intentos por desmantelar el Obamacare y su discurso ofensivo hacia las mujeres, los gays, los inmigrantes, y todo aquello que no se corresponda con su excluyente visión del mundo. Votantes que, a pesar del extraordinario repunte económico y de los impresionantes índices de generación de empleos que ha registrado la administración Trump (los más altos en nueve años), no toleran su marrullería y estilos autoritarios.

¿Cómo podrían prevalecer los demócratas en el Senado?

Reteniendo los 26 escaños demócratas que están en juego en esta elección senatorial y arrebatándole dos escaños adicionales a los republicanos. Para los demócratas el desafío estriba en que de las 26 sillas senatoriales que están defendiendo, 10 corresponden a estados en dónde Trump ganó abrumadoramente en 2016, tales como: West Virginia, Montana, Indiana, Missouri y North Dakota. Los demócratas tendrían, obligatoriamente, que revalidar en todos estos estados y en adición ganar al menos dos escaños adicionales en lugares como Nevada, Arizona Tennessee o Texas (estos tres últimos los ganó Trump ampliamente en 2016). Tamaña empresa.

Más allá de toda esta trivia electoral qué está en juego aquí, ¿qué cambiaría si los demócratas se alzan, al menos, con el control de la Cámara federal?

Una victoria demócrata en la Cámara, sin dudas, obstaculizaría aspectos importantes de la agenda doméstica e internacional del presidente. La reconquista de la Cámara daría a los demócratas el control sobre el gasto público. Lo que significa que ahora Trump sería rehén de los demócratas en lo concerniente al financiamiento del muro en la frontera con México, al uso del ejército americano en Siria, Yemen y el resto del Oriente Medio, a la puesta en marcha de su grandilocuente plan de infraestructura de sobre un trillón de dólares y para todo lo relacionado con la política fiscal, comercial y monetaria de los Estados Unidos. Trump tendría, además, menos flexibilidad para manejar las relaciones con Rusia, Corea del Norte, China, Turquía, Arabia Saudita, entre otros, porque ahora la Cámara estaría en posición de detener cualquier legislación habilitadora que se requiera para imponer aranceles o para alivianar las sanciones contra Vladimir Putin y compañía.

En el tema doméstico, los demócratas, sin duda, intentarían detener el desmantelamiento del Obamacare, impulsarían la inconclusa agenda de la reforma migratoria y presionarían para lograr mayores restricciones en todo lo relacionado a las leyes federales de financiamiento de campañas políticas.

¿Y a nosotros por qué nos debería interesar el carnaval político que hoy sube a escena en Washington?

Muy sencillo. Porque debido a nuestra condición de indefensión colonial todas las decisiones que afectan nuestra vida se urden en los pasillos del Congreso -tal y como se nos recordó durante la bochornosa jornada congresional de hace dos años, cuando se nos endilgó la mal llamada Ley Promesa y su coletilla: la Junta de Control Fiscal.

¿Y cuáles son los temas más pertinentes sobre Puerto Rico que una Cámara demócrata pudiera abordar?

Con respecto a Puerto Rico, los temas dominantes serán los concernientes a la restructuración de la deuda, la reconfiguración de la Autoridad de Energía Eléctrica a través del remozamiento de nuestra infraestructura energética, y todo lo relativo a las herramientas para el desarrollo económico de Puerto Rico. Todas estas áreas serán de gran interés para una Cámara demócrata cuyo liderato unánimemente entiende que Trump se colgó en su manejo de la crisis post huracán María.

Tampoco debemos descartar el resurgimiento del tema de status en la Comisión de Recursos Naturales de la Cámara federal bajo un liderato demócrata -especialmente si es timoneada por Raúl Grijalva y Nydia Velázquez.

Y claro, una nueva mayoría en la Cámara federal también incidiría sobre los cambios que van a ocurrir próximamente en la composición de la Junta de Control Fiscal, toda vez quien resulte seleccionado o seleccionada “speaker” de la Cámara tendrá potestad para recomendarle al presidente una terna de candidatos a la Junta de la cual el presidente vendría obligado a seleccionar 2 candidatos (consúltese la sección 2121(e) de Promesa) – lo que le podría abrir la puerta a nuevos integrantes de la Junta con una visión más coherente y balanceada de los difíciles y complejos retos que hoy enfrenta Puerto Rico.

¿Y Trump se queda o se va?

Lamentablemente se queda hasta el 2020, a menos que ocurra una de dos cosas: o que el Congreso lo destituya a través del “impeachment” (cosa que se dificulta si los republicanos retienen el Senado o si lo pierden por escaso margen dado que la destitución de un presidente requiere 2/3 del Senado), o que el pueblo norteamericano, en su gran sabiduría, lo reelija en 2020 para un segundo cuatrienio hasta el 2024.

¿Y qué pasará?

Nadie sabe. El martes en la noche nos enteraremos. Atentos.

Published in El Nuevo Día: Tribuna invitada on November 5, 2018.

Rafael Cox Alomar

Rafael Cox Alomar