Ser soberanista no es ser socialista. Ser soberanista no es ser comunista. Ser soberanista no es ser castrista. Ser soberanista no es ser chavista, ni madurista ni orteguista.

Ser soberanista no es convertirse en ciego apologista de cuanto régimen izquierdista, autoritario y corrupto exista en este hemisferio.

Ser soberanista no es ser enemigo de la privatización ni de los empresarios privados. Ser soberanista no es ser enemigo de la banca internacional ni de los mercados de capital.

Para ser soberanista no hay que jugar al populismo más irresponsable. Para ser soberanista no hay que posar por ahí con camisetas del Che Guevara y bandanas coloradas.

Para ser soberanista no hay que llegar al absurdo de defender una nueva constitución cubana que tiene como propósito fundamental preservar la dictadura de un Partido Comunista que tarde o temprano debe morir.

Para ser soberanista no hay que defender el régimen corrupto de Nicolás Maduro y Diosdado Cabello, contra el cual Simón Bolívar y Antonio José de Sucre, de estar vivos hoy, hace rato se hubieran rebelado.

Para ser soberanista no hay que congraciarse con el adefesio de Daniel Ortega, quien hoy constituye una de las lacras más impresentables del continente americano, ni reírle las gracias al insaciable ímpetu reeleccionista de Evo Morales en Bolivia.

Para ser soberanista no hay que llegar al ridículo de decir que Lenín Moreno, presidente del Ecuador, es un “traidor” simple y llanamente porque se apartó de las proclividades populistas de su predecesor Rafael Correa.

Para ser soberanista no hay que ser enemigo de los Estados Unidos. Para ser soberanista no hay que echarle la culpa de todos los males del mundo a Washington.

Para ser soberanista no hay que hacerles el caldo gordo a los elementos más intransigentes de la izquierda puertorriqueña.

Para ser soberanista no hay que aliarse ni con comunistas ni con sátrapas tropicales.

Para ser soberanista no hay que imitar a aquellos que han quebrado las economías de sus respectivos países, minando sus ecosistemas empresariales y sembrando el terror sobre la base de la confiscación ilícita de bienes y activos privados.

¿Y qué hace falta para ser soberanista?

Hace falta la entereza de Ramón Emeterio Betances y de Eugenio María de Hostos quienes con arrojo denunciaron las sangrientas y corruptas dictaduras del haitiano Silvain Salnave y de los dominicanos Buenaventura Báez y Ulises Heureaux. (Véase la “Biografía de Heureaux” de la autoría de Betances en “Las Antillas para los Antillanos” a la página 5.)

Hace falta la honestidad intelectual de José Martí, quien con apenas 22 años, se le enfrentó al dictador mexicano Porfirio Díaz desde las páginas de la “Revista Universal.” (Véase las columnas de Martí en ese rotativo durante los meses de mayo y junio de 1875.)

Hace falta tener la valentía de Pedro Albizu Campos, quien de visita en Cuba enoctubre de 1927, lanzó fuertes críticas contra la gestión corrupta del dictador Gerardo Machado desde una tribuna situada en el Parque Central de La Habana — muy a pesar de que Machado había sido el general más joven del ejército independentista a las órdenes de Máximo Gómez y Antonio Maceo. (Véase Marisa Rosado, “Las llamas de la aurora” a la página 131.)

Hace falta comprender que Puerto Rico necesita urgentemente fortalecer la independencia de sus instituciones públicas, desde una plataforma de riguroso apego al imperio de derecho que parta de una base eminentemente democrática.

Hace falta entender que sin autosuficiencia económica y sin una presencia inteligente en el orden económico global, no vamos para ningún lado.

Hace falta asimilar que no habrá soberanía sin el concurso del pueblo, y que en Puerto Rico jamás habrá votos para ningún proyecto político que huela a socialismo o chavismo.

En fin, para adelantar la soberanía hay que llamarle al pan, pan y al vino, vino.

Rafael Cox Alomar

Rafael Cox Alomar