Lucecita
Hago un detente de los temas que habitualmente abordo en mis columnas, para honrar a quien a fuerza de gran talento, coraje y corazón se ganó para siempre en el alma de nuestro pueblo el título de “voz nacional de Puerto Rico.” Me refiero, claro está, a Lucecita Benítez.
El pasado sábado 10 de febrero acudí al concierto de Lucecita en el Centro de Bellas Artes de Santurce. No era la primera vez que veía en escena a la legendaria intérprete de “Génesis.” Había tenido el privilegio de verla hacía más de 15 años en compañía de mi madre. Pero en esta ocasión, sin embargo, la cosa era diferente. Esta era la primera vez en la cual tendría la oportunidad de escuchar sus magistrales interpretaciones luego de haber tenido el privilegio de haberla conocido y trabado con ella una amistad cimentada en mi admiración por su entrega, talento y honestidad intelectual.
Y hago referencia a la honestidad intelectual de Lucecita, la cual es igual de impactante que su vozarrón, porque de forma valiente expresa sus convicciones y valores ideológicos donde quiera que está: tanto sobre el escenario como fuera de él. Canta lo que siente. Y siente con pasión. No hay grises ni términos medios para quien definitivamente dejó demostrado el pasado sábado que efectivamente lleva a todo un pueblo en su voz, en las palabras de la gloria argentina Mercedes Sosa.
A través de un repertorio rico tanto en armonía musical así como en carga emocional, potenciado a su vez por músicos de talla internacional, Lucecita derramó su corazón sobre el escenario.
Ante un público que es reflejo de nuestra atribulada sociedad, ávido de esperanza, de aliento, de dirección, de brújula y compás, Lucecita, tal cual la estrella del norte, irradió luz incandescente a través de su poderosa interpretación de melodías tales como “Las manos del campo” de Antonio Cabán Vale, “Unicornio azul” de Silvio Rodríguez, “Alfonsina y el mar” del argentino Ariel Ramírez, “Hermano dame tu mano” de Damián José Sánchez (e inmortalizada por Mercedes Sosa), “Amanecer borincano” de Alberto Carrión, “Soy de una raza pura” de Tony Croato, “Oubau Moin” del inmarcesible Juan Antonio Corretjer y su distintivo “Génesis” de Guillermo Venegas Lloveras, entre tantas otras joyas.
Aquella talentosa adolescente que salió de Bayamón para conquistar la imaginación de la juventud revolucionaria, inquieta y soñadora de la tumultuosa década de 1960; la que de la mano de Alfred D. Herger fue poco a poco labrándose un espacio en el corazón puertorriqueño; la “reina de la juventud” que con poco más de 20 años se alzó con el primer lugar en el primer festival de la canción latinoamericana (celebrado en Ciudad de México en marzo de 1969); quien fuera invitada de honor del Show de Ed Sullivan y cantara con el astro universal Sammy Davis Jr., demostró sobre las tablas, casi medio siglo después, que sigue siendo hoy referente obligado de las generaciones del presente y del porvenir. Su pertinencia es hoy aún más vital que ayer.
¿Y por qué?
Porque Puerto Rico, hoy más que ayer, necesita urgentemente de personas que le hablen con la verdad. Porque Puerto Rico requiere de hombres y mujeres que, lejos de desconocer nuestra historia, la conozcan íntimamente y la sepan contextualizar con profundidad y sentimiento para de ahí derivar la hoja de ruta hacia el futuro. Porque para construir la patria del mañana primero hay que educar a nuestros niños a través no sólo de las ciencias aplicadas sino de las artes, y eso solo lo puede hacer quien en su corazón ama enormemente. Porque nos hace falta una alta dosis de honestidad, tanto material como intelectual, en nuestra vida pública. Porque requerimos de gente de una sola pieza que hable la verdad sin importar las consecuencias. Porque hay que descolonizar el alma y el espíritu de este pueblo y eso, como advirtió Martí, es obra de gigantes. Por todo lo anterior, y por mucho más, Lucecita es hoy más pertinente que nunca antes.
Mumi, te admiramos y te queremos.
¡Adelante!
Published in El Nuevo Día: Tribuna invitada on February 12, 2018.