Donald Trump se comió al Partido Republicano de Estados Unidos y se tragó a la estadidad para Puerto Rico.
Para desdoro de la democracia americana ya no queda ni rastro del “Grand Old Party.” Aquel Partido Republicano histórico que se fundó hace exactamente 170 años y que nominó a Abraham Lincoln a la presidencia, en 1860, para desde allí extirpar la esclavitud negra y preservar la Unión sobre la base de la Constitución es hoy un mero juguete en manos de un patán.
Lo que pasó en la Convención Republicana en Milwaukee no fue la “nominación” de un candidato presidencial, sino la “coronación” de un monarca absolutista a la usanza de Tarquino “el Soberbio” o Iván “el Terrible”. Aquello fue un patético culto a la personalidad de un tirano, digno de Joseph Stalin, Ho Chi Minh o Mao Tse Tung. Hasta Hulk Hogan pasó por la tribuna republicana, haciendo alarde de su estilo estrafalario, para besarle el anillo al amo de los republicanos.
Y es que los atorrantes ya comenzaron a salir de las alcantarillas. Por los pasillos del Fiserv Forum se vio a los convictos Rudy Giuliani, Pete Navarro y Roger Stone (entre otros rufianes). Por allí también desfilaron los roedores de la derecha británica, entre ellos Boris Johnson, Liz Truss y Nigel Farage buscando refugio en el regazo de Trump luego de la pela que cogieron en las elecciones del pasado 4 de julio.
Y para bochorno de Puerto Rico, hasta Milwaukee llegó un grupito de boricuas capitaneado por Jenniffer González. ¿Y qué hicieron por allá? Arrodillarse ante Trump. ¿Y qué sacaron con eso? Nada. Regresaron con las manos vacías. Pisoteados y ninguneados. Trump tiró la estadidad por la borda en sus propias narices, les dio un bofetón sin mano cuando sacó la estadidad de la Plataforma Republicana (donde había estado ininterrumpidamente desde 1968) y aun así se postraron a sus pies. Tamaña indignidad.
Es evidente que los republicanos criollos no conocen ni la historia del movimiento anexionista ni mucho menos la dignidad que adornó el carácter de su fundador José Celso Barbosa. Para muestra un botón. Cuando en su último mensaje de situación (con fecha de 3 de diciembre de 1912) el entonces presidente republicano William Taft se opuso abiertamente a la estadidad para Puerto Rico, repudiando el credo fundamental del anexionismo, Barbosa no hizo el ridículo de arrodillarse ante Taft. Todo lo contrario. Convocó a una asamblea general del Partido Republicano de Puerto Rico, que se celebró en Ponce, el 16 de marzo de 1913, y pidió el rompimiento de todo vínculo con el Partido Republicano de los Estados Unidos. La asamblea, ni corta ni perezosa, aprobó su directriz sin chistar. Como cuestión de dignidad. Inmediatamente se envió copia de la resolución a la Casa Blanca y al Departamento de la Guerra (entonces con jurisdicción sobre Puerto Rico). No fue hasta junio de 1920, a poco más de 1 año antes de la muerte de Barbosa, que se restableció la afiliación entre los republicanos de aquí y los de allá – a invitación de estos últimos. (Véase columna publicada en El Mundo, el 5 de mayo de 1940, de la autoría de Roberto H. Todd, quien participó como delegado puertorriqueño en la Convención Republicana de 1920 en Chicago.)
Si los republicanos locales no fueran tan boquiabajos hace rato que hubieran roto con el convicto de Mar-a-Lago, tal y como hizo Barbosa con Taft hace 111 años. Lo que pasa es que Barbosa era republicano por convicción y no por conveniencia. Aquel joven negro de Bayamón, quien con tan solo ocho años vio como Lincoln liberó los esclavos, entendió que era de la mano de aquel partido que lograría la reivindicación de su pueblo. Muy distinto a la claque inculta e ignorante de hoy tan pendiente a prebendas, puestos y riqueza. Jamás han estado a la altura de Barbosa. Van a su tumba a figurear, pero son incapaces de emular su ejemplo.
A Barbosa no le llegan ni a los tobillos