La controvertible confirmación del nuevo juez asociado del Tribunal Supremo federal, Brett Kavanaugh, abre un nuevo ciclo ideológico en la agitada historia del más alto foro judicial.

Como consecuencia irreductible de nuestra condición colonial, aquel también es nuestro más alto tribunal. Sus decisiones nos son vinculantes.

El Supremo local únicamente fue “supremo” en 1899, cuando a raíz de la invasión de 1898 se cercenó nuestro vínculo con el Supremo español y el Congreso aún no había legislado para concederle al Supremo norteamericano jurisdicción apelativa sobre Puerto Rico, tal omisión la subsanó la sección 35 de la Ley Foraker.

En adelante, el Supremo federal ha detentado en sus manos, de forma ininterrumpida y omnímoda, nuestro destino.

Es por ello que las marchas y contramarchas del compás ideológico del más alto foro federal ameritan nuestra más detenida ponderación.

Porque de los giros de ese péndulo ideológico dependen asuntos tan vitales a nuestra vida íntima como el alcance de nuestros derechos libertarios para relacionarnos con nuestros hijos conforme nuestros propios valores; para expresarnos abiertamente a través de la palabra y del voto; para decidir cómo y con quién vincularnos afectivamente; cómo expresar sin intervención del estado nuestras propias formas de religiosidad; cómo vivir libre de vejámenes y discrimen por motivo de raza, etnia, género o condición social; sin miedo a registros, allanamientos y encarcelamientos fuera del marco del debido proceso.

Porque de la dirección que tome la balanza ideológica del Supremo federal dependerá el alcance final de la restructuración de nuestra deuda pública; la capacidad (o ausencia de ella) del gobierno local para dictar su propia política pública sin la intromisión de la Junta y para potenciar nuestras pequeñas y medianas empresas dentro del estricto cauce de la cláusula de comercio interestatal. Del rumbo que tome el Supremo federal dependerá, inclusive, la naturaleza de todas las opciones de status disponibles a los puertorriqueños (con excepción de la independencia).

Desde sus inicios hasta nuestros días, la balanza ideológica del Supremo federal ha estado en constante movimiento: a veces inclinada hacia lo liberal y a ratos hacia lo conservador.

Comenzó, allá para 1789, como un tribunal tímido y débil bajo la dirección de personajes de limitada chispa intelectual. Anclado a una visión enclenque del gobierno federal y amarrado a los caprichos de los estados.

El péndulo entonces giró dramáticamente con la entrada en escena de John Marshall en 1801.

En adelante, el Supremo transformó el rol de la rama judicial. Se abrogó a sí mismo el formidable poder de la revisión judicial; ensanchó de forma decisiva el cauce de acción del gobierno federal en la economía nacional a través de una lectura expansiva de la cláusula de comercio; a la vez que validó el rol único del gobierno federal en todo lo concerniente a las relaciones exteriores – dándole concreción al proyecto constitucional urdido en Filadelfia.

La muerte de Marshall en 1835 y la nominación de Robert Taney como juez presidente nuevamente desembocaron en un giro del péndulo. La Corte Taney, autora de la infame decisión de Dred Scott (1857), conforme su visión limitante de que el Congreso no tenía autoridad bajo la Constitución para abolir la esclavitud supo sembrar las semillas de una sangrienta guerra civil.

De ahí, hasta la entrada en escena de la Corte Warren en 1953, el péndulo se mantuvo relativamente estacionario en materia de derechos libertarios. Ni siquiera el final de la guerra civil, y la ratificación de la decimocuarta enmienda, lograron alterar el panorama (véanse los Slaughterhouse Cases (1873), Civil Rights Cases (1883), Plessy v. Ferguson (1896) y los Casos Insulares (1901-22)).

La explosión de derechos civiles a manos de la Corte Warren comienza a desvanecerse a mediados de los años setenta con la llegada de William Rehnquist y una nueva camada de jueces asociados.

El arribo de los dos nuevos jueces asociados nombrados por el presidente Trump, Brett Kavanaugh y Neil Gorsuch, presagia la vuelta al oscurantismo.

En esta ocasión el péndulo se ha inclinado decisivamente hacia el conservadurismo y la reacción.

Nuestras más caras libertades penden hoy sobre la balanza.

Rafael Cox Alomar

Rafael Cox Alomar