Agobiado por el índice de popularidad (38%) más bajo de cualquier presidente luego de finalizar su primer año de mandato (mucho más bajo que el 58% que Nixon tenía en enero de 1970), compareció anoche el presidente ante una sesión conjunta de Cámara y Senado a pronunciar su primer mensaje sobre la situación de la Unión — tal y como lo requiere el artículo 2 (sección 3) de la Constitución de los Estados Unidos.

¿Y de qué habló el presidente?

De todo, menos de Rusia. Y ni hablar del fiscal especial independiente Robert Mueller ni del saliente jefe del FBI Andrew McCabe ni mucho menos de la estadidad para Puerto Rico.

En un tono más parco y conciliador que de costumbre, Trump volvió a la carga con sus delirios de grandeza. Por espacio de hora y media develó su agenda para este año que apenas comienza. Veamos.

En temas domésticos, es evidente que lo que viene es una avalancha de deportaciones. El presidente Trump va a continuar batallando por una reforma migratoria restrictiva sobre la base de una nueva política pública que gira no en torno al principio de unir familias sino de limitar la inmigración a trabajadores con altas cualificaciones técnicas — en un bochornoso intento por disminuir la llegada de inmigrantes de aquellos países que recientemente el propio Trump irrespetuosamente llamó “shitholes.”

En uno de los momentos más reveladores de la noche, Trump declaró de forma grandilocuente que estamos ante un “nuevo momento americano,” concluyendo que nunca antes en la historia se había dado una mejor época para vivir el “sueño americano.” Mientras acto seguido, en un arrebato de bipolaridad clínica, demonizó a los millones de inmigrantes que hoy conforman la espina dorsal de esa misma economía americana que él dice haber redirigido conforme un rumbo de crecimiento sostenido, quienes con sus aportaciones precisamente viabilizan la concreción de ese “sueño americano” del cual tanto se jacta.

Sin duda, la edificación de la muralla en la frontera con México seguirá siendo parte esencial de la agenda inconclusa de Trump, y pieza de chantaje contra los demócratas a quienes les exigirá respaldo para el muro a cambio de firmar la tan ansiada reforma migratoria que hoy sobre el 89% del electorado americano respalda.

Más aún, renovó su compromiso de inyectarle $1.5 trillones a la maltrecha infraestructura física de los Estados Unidos, en específico a las carreteras, puentes, vías ferroviarias, sistemas de alcantarillados, entre otros activos depreciados. Pero lo que no quedó claro es de dónde saldrán los fondos ni cómo se distribuirán entre los estados y territorios. Más allá de mencionar que habría contribuciones privadas, estatales y federales, el presidente se quedó patentemente corto en su explicación.

Esta medida, no obstante, si llegara a hacerse realidad, muy bien podría allegarle a Puerto Rico recursos importantes para re-invertirlos en nuestra propia infraestructura.

Y, como era de esperarse, Trump se atribuyó como logro de su administración el alza en la valuación de los mercados, la baja en el desempleo de la población en general y de la población afroamericana en particular, y el crecimiento económico producto — al parecer suyo — de las bondades de la recién estrenada reforma contributiva.

En materia internacional, el presidente se reafirmó en sus políticas aislacionistas y de ruptura.

Anunció de forma abierta y sin tapujos que la controvertible Base de Guantánamo en Cuba continuará en operaciones, e inclusive sugirió que estaría más activa que antes.

Se reafirmó en su nueva política con respecto al Oriente Medio, que tiene como eje central la disociación de Washington del mundo árabe y la vinculación estrecha con los elementos más conservadores del estado israelí.

Volvió a denunciar el acuerdo que el presidente Obama (junto a Inglaterra, Francia, Alemania, China y Rusia) firmó con Irán para detener el programa de armamento nuclear de Teherán y nuevamente se comprometió a dejarlo sin efecto — sin importarle las consecuencias y la relevancia de Irán en la lucha contra ISIS.

Le declaró la guerra al desprestigiado régimen de Maduro en Venezuela, a la vez que arremetió contra Cuba.

Y, claro, se atribuyó el logro de haber exterminado (al menos parcialmente) a ISIS en Siria y le advirtió a Corea del Norte, en un tono más sosegado que el que usó el año pasado, de que sus acciones acarrearían graves consecuencias sin especificar los pasos a seguir.

¿Y qué podemos derivar de este primer mensaje de situación del enigmático y a la vez volátil Trump?

Que lo que se cierne sobre los Estados Unidos (y el mundo) es un periodo de grandes incertidumbres y desafíos aún mayores. Que tanto a nivel doméstico como internacional, la Casa Blanca continuará con su agenda de ruptura aunque ello conlleve la polarización más radical de la propia sociedad americana.

Resta entonces por ver de qué manera las elecciones de medio término (6 de noviembre de 2018), y la demoledora investigación criminal del fiscal especial independiente Robert Mueller pudieran echar por tierra la destructiva agenda del presidente más impopular de los últimos tiempos.

Published in El Nuevo Día: Tribuna invitada on January 31, 2018.

Rafael Cox Alomar

Rafael Cox Alomar