Renació de sus propias cenizas. La vieja tesis de Pedro Albizu Campos sobre la nulidad del Tratado de París de 1898 ha vuelto a resurgir. En días recientes se informó que un grupo de puertorriqueños en Washington solicitó al presidente Donald Trump la anulación del Tratado de París con respecto a Puerto Rico.
¿Con qué fin?
Con el fin de encaminar la soberanía de Puerto Rico.
Esta iniciativa (una variante de la propuesta de independencia por orden ejecutiva) de inmediato suscita un entramado de complejas e inciertas interrogantes. ¿Qué es el Tratado de París de 1898? ¿Por qué se negoció en París? ¿Quiénes negociaron? ¿Quién puede anular el Tratado? ¿Trump o el Congreso? ¿Cuál sería la consecuencia de su anulación? ¿Qué es lo que se persigue con su rescisión?
Veamos.
El Tratado de París es el contrato mediante el cual España cedió a los Estados Unidos la soberanía que ejercía sobre Puerto Rico desde tiempos de Cristóbal Colón. (Consúltese Artículo 2 del Tratado).
Visto desde la óptica originalista a la que hoy se abraza el Tribunal Supremo federal, lo que el Tratado hizo fue formalizar el ejercicio del poder que los Estados Unidos ya ejercía sobre Puerto Rico a raíz de la invasión. Conforme el Derecho Constitucional americano de aquella época, la soberanía de los Estados Unidos sobre Puerto Rico no surgió del Tratado sino de la conquista militar del territorio. Como advirtió el juez presidente John Marshall, los territorios se adquieren ya sea “por conquista o por tratado.” American Ins. Co. v. 356 Bales of Cotton, 26 U.S. 511, 542 (1828).
Se negoció en París (pocas semanas después de la muerte de Betances en aquella misma ciudad) porque el gobierno francés, a raíz del estallido de la Guerra Hispanoamericana y a petición de España, fungía como representante oficial de los intereses españoles en Estados Unidos. Lo que explica por qué el embajador francés en Washington Jules Cambon firmó a nombre del gobierno español el protocolo de paz del 12 de agosto de 1898.
Solo negociaron americanos y españoles. Los puertorriqueños, cubanos y filipinos quedaron fuera.
Bajo el ordenamiento constitucional americano el presidente es quien único goza de poder para dejar sin efecto un tratado. Y su directriz no requiere ratificación congresional. Ahí la razón por la que este grupo de puertorriqueños insiste en la anulación del Tratado de París, porque es la única forma de evadir al Congreso y sus amplios poderes plenarios bajo la Cláusula Territorial.
Donde esta iniciativa parece perderse es al momento de explicar cuáles son las consecuencias de la acción que se persigue. ¿Regresar a España? Imposible. Ya España cedió a Puerto Rico y su Constitución postfranquista de 1978 no permite aventuras imperialistas. ¿La transferencia previa de poderes al pueblo puertorriqueño para que entonces el pueblo en el ejercicio de su derecho a la autodeterminación escoja entre las tres fórmulas históricas? ¿O cerrarle el paso a las demás alternativas accediendo a la independencia ahora de forma directa e irreversible? ¿Y si es así dónde queda el derecho a la autodeterminación de los puertorriqueños?
Francamente no queda claro si lo que se busca es lo primero o lo segundo. Lo que sí queda claro es que conforme esta propuesta todos los caminos conducen a Donald Trump.
Mientras tanto, lo que no podemos perder de vista es que si la transferencia previa de poderes no viene atada a un proceso vinculante de autodeterminación Puerto Rico se quedaría en el aire. Y, por otro lado, una independencia inmediata sin una transición ordenada y negociada podría acarrear graves consecuencias para el país.
El asunto se complica porque el Tratado de París no es un tratado autoejecutable. Su ejecución requirió legislación habilitadora del Congreso, particularmente en lo concerniente a los derechos civiles (léase ciudadanía) y condición política de los puertorriqueños. (Véase Artículo 9 del Tratado).
Desamarrar esos vínculos requerirá de negociaciones ancladas en la buena fe y la transparencia. Y Trump, como Volodymyr Zelenskyy comprobó recientemente, no es de fiar.
Ojo.
A Trump, en las agudas palabras de Pedro Albizu Campos, lo que le importa es la jaula no los pájaros.
Cautela.