Tal pareciera que se le está cerrando el cerco a Brett Kavanaugh. Las incesantes alegaciones de agresión sexual contra el nominado del presidente Donald Trump al Tribunal Supremo federal lo ponen hoy contra la pared.

Nunca antes en la historia de las nominaciones presidenciales al Supremo federal se había suscitado semejante lodazal.

Ni siquiera el grotesco episodio protagonizado por la profesora Anita Hill y el ahora juez asociado Clarence Thomas en octubre de 1991, durante las vistas de confirmación al Supremo de este último, se asemeja al resbaladero político y moral en que se ha convertido el proceso de consejo y consentimiento que hoy discurre accidentadamente por el Senado federal.

Irónicamente en la misma semana que un juez en Pennsylvania sentenció al desprestigiado Bill Cosby a cumplir entre 3 y 10 años de cárcel por precisamente drogar y agredir sexualmente a una mujer, y cuando el movimiento “Me Too” ha arrasado con un número significativo de ídolos de barro tales como Cosby, Matt Lauer, Charlie Rose, Harvey Weinstein, Bill O’Reilly, entre otros, el liderato republicano en el Senado ha decidido forzar la votación sobre la confirmación de Kavanaugh para la próxima semana a más tardar.

Anclados en un cálculo eminentemente político, Mitch McConnell, Chuck Grassley, Orrin Hatch y el resto de los dinosaurios republicanos, lejos de crear un clima de confianza cimentado en la transparencia que sólo una investigación independiente del FBI podría inyectarle al circo que hoy ellos mismos protagonizan, se siguen abrazando a las mismas tácticas retardatarias que hace tres décadas mancillaron la legitimidad y credibilidad del proceso que se siguió con respecto a la confirmación de Clarence Thomas.

Así las cosas, es imprescindible destacar que la nominación de Kavanaugh siempre fue una muy controversial, incluso mucho antes de la puesta en circulación de las alegaciones de Christine Blassey Ford, Deborah Ramírez y Julie Swetnick.

Y es que el problema central con Kavanaugh, quien hoy es juez federal en la Corte de Apelaciones para el Circuito del Distrito de Columbia, es su apego a una filosofía jurídica fundamentalmente conservadora en áreas tan neurálgicas como el derecho a la intimidad (véase su disenso en Garza v. Hargan y su lectura restrictiva del derecho de la mujer a terminar un embarazo). Más aún, su interpretación de la protección constitucional contra registros y allanamientos irrazonables que fluye de la cuarta enmienda también es limitante y preocupante (consúltese su disenso en U.S. v. Askew). De igual manera su construcción casi ilimitada del derecho a tener y portar armas que emana de la segunda enmienda (véase su disenso en Heller v. DC), su desapego al rol cuasi legislativo de las agencias administrativas particularmente en lo concerniente a la protección del ambiente y su visión imperial de la presidencia conforme la cual un presidente en funciones goza de inmunidad absoluta, tanto en lo criminal como en lo civil, sin importar las atrocidades que haya cometido (véase artículo de Kavanaugh en el Georgetown Law Journal (1998)) de por si hacen de su nominación al Supremo una sumamente problemática.

De ser confirmado Kavanaugh estará en posición de romper ese fino balance ideológico que el juez Kennedy, su antecesor, intentó a toda costa preservar a lo interno del Supremo.

Predecir el comportamiento de un magistrado toda vez llega al tribunal, liberado de las ataduras políticas, es una ciencia incierta. Ahí los ejemplos de Joseph Story (nominado por Madison), Earl Warren y William Brennan (nominados por Eisenhower), Harry Blackmun (nominado por Nixon) y John Paul Stevens (nominado por Ford) quienes toda vez confirmados al Supremo asumieron posturas diametralmente opuestas a las de los presidentes que les nominaron.

Pero esta vez es distinto.

Hoy, cuando estamos a las puertas de la crisis constitucional más grave desde Watergate, y en manos de un presidente cuyas acciones oscilan entre lo temerario y lo criminal, la nominación de Kavanaugh debe ser rechazada de plano.

Plantear lo contrario es ir contra la corriente de la historia.

Para Kavanaugh, en las inmarcesibles palabras de Julio César, la suerte muy bien podría estar echada.

Published in El Nuevo Día: Tribuna invitada on September 27, 2018.

Rafael Cox Alomar

Rafael Cox Alomar