El Partido Popular Democrático a sus 84 años
Published in El Nuevo Día: Tribuna invitada on July 16, 2022
Hace exactamente 84 años, el 22 de julio de 1938, se inscribía simultáneamente en Luquillo y Barranquitas un nuevo movimiento político de nombre Partido Popular Democrático.
Nacía aquel nuevo partido bajo el liderato carismático de un poeta de 40 años, que se decía independentista, y quien apenas un año antes había sido expulsado por el partido en que militaba por su disidencia, indisciplina e irreverencia. Ese poeta disidente, irreverente e independentista era Luis Muñoz Marín.
La fundación del PPD fue entonces la consecuencia política de la expulsión de Muñoz Marín del viejo Partido Liberal (sucesor del antiguo Partido Unión de Luis Muñoz Rivera y José de Diego) y de la obsolescencia del liderato histórico de don Antonio R. Barceló (a quien Muñoz Rivera había designado en su lecho de muerte allá para 1916 como su sucesor político). La encarnizada lucha de poder que desde 1934 se había desatado en el seno del Partido Liberal entre Barceló y Muñoz Marín con respecto al compás ideológico y estratégico de aquel partido fue lo que llevó a Barceló a expulsar al hijo de quien había sido su mentor y jefe político el 31 de mayo de 1937 en una borrascosa sesión de la junta central del Partido Liberal en una finca de Carolina llamada Naranjales.
Fue la purga liberal la que precipitó la creación del PPD — que en cuestión de 837 días (en las elecciones del 5 de noviembre de 1940) ganó el Senado (por 1 escaño), empató con la Coalición en la Cámara (logró 18 escaños) y triunfó en 29 alcaldías. En muy poco tiempo el PPD se convirtió en el partido hegemónico de Puerto Rico — ganando por márgenes abrumadores todas las elecciones de forma ininterrumpida hasta 1968.
Desde una óptica estrictamente caribeña, el PPD surgió al calor de aquel catecismo de valores socialdemócratas que desembocó en ese preciso momento en la fundación de gran parte de los partidos laboristas caribeños: el Barbados Labor Party (1938), el People’s National Party en Jamaica (1938), el Partido Revolucionario Dominicano (1939), y Acción Democrática en Venezuela (1941), por solo mencionar algunos. Desde la óptica de las ramas políticas en Washington, el PPD bajo el liderato contemporizador de Muñoz Marín (quien ya para principios de los años 40 había abandonado el ideal independentista), pronto se convirtió en la alternativa al nacionalismo rancio, incontrolable e insobornable de Pedro Albizu Campos.
El final de la Segunda Guerra Mundial en 1945 (que coincidió con el afianzamiento de la hegemonía popular en Puerto Rico), el estallido de la peligrosa Guerra Fría, la purga contra el comunismo, la crisis de la descolonización en África, Asia y el Caribe fueron algunas de las variables geopolíticas que marcaron de forma decisiva el accionar del Partido Popular de aquella época. Fue sobre la concatenación de esas variables geopolíticas que se selló el pacto de no agresión entre las ramas políticas en Washington, el complejo militar del Pentágono, el capital transnacional y el liderato popular para de ahí posibilitar la industrialización acelerada de la isla, la potenciación de su clase media y el ensanchamiento de su autogobierno a través de una constitución redactada por una convención constituyente local (bajo el ojo avizor del Congreso).
Esa tácita alianza se afianzó aún más luego del triunfo de la revolución cubana en 1959, la insurrección dominicana (1963-65) y el desmantelamiento entre 1962 y 1966 del imperio británico en latitudes caribeñas (Jamaica, Trinidad y Tobago, Guyana).
Fue sobre ese tablero geopolítico que Muñoz Marín supo montar de forma calculada y meticulosa una infraestructura política local con la cual acometer una profunda obra de justicia social por los campos y cañaverales de Puerto Rico —intolerante a la corrupción y las raterías de nuevo cuño. Y esa infraestructura política local era el Partido Popular Democrático.
¿Y qué pasó con aquel todopoderoso Partido Popular Democrático? Dejó de existir. No supo atemperarse a los nuevos tiempos. Sucumbió.
Retirado ya de la gobernación y de toda faena política, el 26 de abril de 1973 Muñoz Marín hacía la siguiente anotación en su diario: “[C]on el poder de confianza que el pueblo me confirió, he podido hacer más y, principalmente, mejor.”
La sorpresiva derrota de 1968, producto de la división interna entre Muñoz Marín y Roberto Sánchez Vilella, no solo marcó el fin de una hegemonía popular de 28 años, sino que abrió un nuevo e incierto periodo para el PPD matizado por la falta de originalidad programática y por el colapso de su relación especial con las ramas políticas en Washington. Atrás quedaron los días de Camelot, cuando el presidente Kennedy ofrecía una cena de estado en frac para agasajar al gobernador de Puerto Rico.
La realidad geopolítica iba cambiando — la política del detente de Nixon y Kissinger en Beijín y Moscú y su efecto sobre la política norteamericana en Cuba y el resto del hemisferio desdibujó la pertinencia de Puerto Rico en el tablero geopolítico norteamericano. Tan es así que cuando el 27 de septiembre de 1973 Muñoz Marín y el recién inaugurado gobernador Rafael Hernández Colón fueron a Casa Blanca a la primera reunión del comité ad hoc que atendería el desarrollo del Estado Libre Asociado, el presidente Nixon se negó a recibirlos.
Y aunque el mundo alrededor de ellos iba cambiando a la velocidad del rayo con el colapso del muro de Berlín, la implosión de la Unión Soviética, el fin de la Guerra Fría, la inauguración de la Unión Europea y la Organización Mundial del Comercio, la entrada en vigor de todo un universo de tratados de libre comercio entre los Estados Unidos y sus vecinos hemisféricos, los herederos de Muñoz Marín prefirieron quedarse de espaldas a la historia — aferrados a los mismos modelos caducos y desfasados de la posguerra.
La decadencia popular hizo crisis en 2014-2016, con la bancarrota del gobierno y el desmantelamiento de algunas de las zonas más vitales de la Constitución de 1952 a raíz de la imposición por parte del Congreso de Promesa y la Junta de Control Fiscal. De ahí hasta acá el diluvio. Al Partido Popular se lo comió el miedo a su propia sombra.
En ocasión de su octogésimo cuarto aniversario, bien harían sus bases políticas en al menos intentar edificarse a la luz de aquellas palabras que su propio fundador pronunció en Mayagüez al momento de anunciar su retiro político el 16 de agosto de 1964:
“No pierdas nunca tu confianza en tu voluntad, puertorriqueño. Repudia a los mercaderes del miedo […] Repudia a los que quieren que su poder surja del miedo en tu corazón y de la oscuridad en tu entendimiento. No le sirven bien, ni en verdad le quieren bien a su pueblo, quienes quieren valerse del miedo que puedan infundirle en vez que de la confianza que pueda inspirarle. Preserva siempre tu voluntad, tu claridad de entendimiento, tu sensatez y firmeza de decisión. Esa es tu fuerza, no soy yo tu fuerza. Esta es tu fuerza. Tú mismo eres tu fuerza.”