De Hitler a Putin
Published in El Nuevo Día: Tribuna invitada on February 25, 2022
En Ucrania,Vladimir Putin fue, vio y venció — usando las palabras de Julio César al arrasar con los galos allá para el año 50 A.C. Putin se cree hoy invencible. Como también se lo creyó Adolf Hitler. ¿Y por qué desempolvar el fantasma de Hitler? Porque aquel que no conoce su historia, está abocado a repetirla.
Hitler y Putin comparten orígenes similares. Hitler era un agente de la policía secreta alemana. Y Putin era un agente de la KGB. Ambos se desarrollan políticamente en medio de la decadencia de sus respectivas metrópolis. Hitler presenciando la aplastante derrota de Alemania en la Primera Guerra Mundial y la humillante paz de Versalles de 1919, y Putin viendo de cerca la implosión del muro de Berlín y la destrucción de la Unión Soviética en 1991. De ahí ambos conspiran para hacerse con el poder absoluto.
La oportunidad de Hitler se dio cuando en 1933 el presidente Paul von Hindenburg lo designa canciller de Alemania. Ya para 1934, con la muerte de Hindenburg, Hitler declara vacante la presidencia y se erige en amo supremo de Alemania. Para Putin la oportunidad se dio en 1999 cuando Boris Yeltsin lo nombró primer ministro. Al año siguiente, con la renuncia de Yeltsin y ya con todos los resortes del poder militar en sus manos, Putin gana la elección presidencial, y desde entonces es el zar de Rusia.
Ya desde el poder ambos se dieron a la tarea de buscar chivos expiatorios a quienes endilgarle la culpa por las humillaciones sufridas por Berlín y Moscú. Hitler le echó la culpa a los judíos y comunistas. Putin se la achacó a Washington, y sus socios de la OTÁN.
¿Y cuál pasó a ser la agenda?
La recuperación de las viejas glorias imperiales.
¿Y cuál fue la estrategia?
Actuar de forma calculada y taimada, sacándole provecho a la debilidad sistémica del orden internacional y a la fragmentación interna de los poderes occidentales. Tanto para Hitler como para Putin la Liga de las Naciones y las Naciones Unidas (la sucesora de aquella) fueron siempre irrelevantes. Antes de invadir a Polonia, Hitler negoció un pacto de no agresión con Joseph Stalin para asegurarse que los rusos no interfirieran con sus movimientos; igual ha hecho Putin con Xi Jinping de China, con quien desde 2013 ya se ha reunido en 38 ocasiones distintas.
Hitler sabía que Neville Chamberlain no tenía estómago para ir a la guerra y que a Winston Churchill (al menos circa 1938-39) nadie le hacía caso en Westminster. Sabía además que la tercera república francesa estaba dando sus últimos aletazos y que el gobierno de Édouard Daladier no tenía fuerza política — mucho menos apetito para otra guerra. Y, claro, sabía que Franklin D. Roosevelt no se iba a meter en una nueva guerra europea — más aun después de que el Senado en 1919 había rechazado el tratado de accesión a la Liga de las Naciones.
Putin también sabe que Boris Johnson es un bufón, que ni su propio partido lo quiere y que hoy se conspira contra él para sacarlo de Downing Street. Sabe además que Emanuel Macron la tiene difícil en la elección presidencial de abril y que Olaf Scholz está contra la pared, rehén de una coalición pacifista que ni siquiera se atreve a enviar armas a Kiev y preso del suministro ruso de gas natural del que depende el 40% de la base industrial alemana. Putin también sabe que Joe Biden está en aprietos internamente, con un Senado que le adversa y un Trump que aún está en contienda y abiertamente apoyando la agresión rusa. Sabe, además, que China no lo va a sancionar y que las Naciones Unidas son un hazmerreír, en donde quien preside el Consejo de Seguridad ahora mismo es la propia Rusia.
Para Putin, no obstante, el desafío será dónde y cuándo trazar la línea de Pizarro. Bien haría en no subestimar la paciencia de Washington y sus aliados transatlánticos de la OTÁN. El talón de Aquiles de los déspotas es que suelen subestimar al enemigo. Ahí el ejemplo de Hitler.
¿Seguirá Putin por igual camino?
El tiempo pronto dirá.