La salida de Nicolás Maduro
Para Venezuela que sufre, la primera palabra. Comienzo así esta columna, parafraseando al apóstol cubano José Martí, con la intención de analizar la compleja (y trágica) crisis venezolana en su justo contexto histórico y geopolítico.
Resulta doloroso que las tierras que vieron nacer a Simón Bolívar, libertador del continente y gestor de la epopeya descolonizadora más conmovedora que el mundo jamás haya visto, viva hoy bajo un régimen que ha degenerado en una “narcotiranía” (refiérase a la convicción por narcotráfico de los sobrinos políticos de Nicolás Maduro) a las órdenes de una cúpula corrupta, mediocre e inmoral.
La pregunta obligada es ¿cómo fue que Venezuela llegó al fondo del barril?
Como cuestión de umbral, hay que entender que si bien es cierto que la crisis de corrupción, pillaje, ausencia de certeza jurídica, autoritarismo, inflación y carestía económica se ha exacerbado a niveles insospechados bajo Maduro no es menos cierto que la crisis de gobernabilidad antecede al régimen chavista.
El triunfo de Hugo Chávez en 1998, como el de Jair Bolsonaro en Brasil o el de Donald Trump en los Estados Unidos, fue la consecuencia política del colapso de los partidos tradicionales (Acción Democrática y el Partido Socialcristiano o COPEI). Tanto así que en 1993 el entonces presidente Carlos Andrés Pérez salió por la puerta trasera de Miraflores luego de haber sido destituido por corrupción. No obstante, su sustituto, el anticuado expresidente copeyano Rafael Caldera, lo que hizo en su último mandato fue exacerbar más la crisis económica.
Y luego de más de 40 años del sube y baja de adecos y copeyanos (a raíz de la caída de la dictadura de Marcos Pérez Jiménez en 1958), llegó Chávez en 1998 y con él el diluvio.
Sobre Chávez podemos decir que, con sus luces y sus sombras, ganó todas las elecciones a las que compareció y logró mantener a flote su proyecto político a los ojos del mundo. Siempre locuaz y campechano, Chávez pasó por las brasas sin autodestruirse completamente.
A Maduro, simple y llanamente, las cosas se le fueron de las manos. Débil rehén de una camarilla corrupta, a las órdenes de personajes de muy dudosa reputación como Diosdado Cabello y Walid Makled García, en maridaje con los elementos más tenebrosos de la desprestigiada guerrilla colombiana, el propio Maduro ha sembrado las raíces de lo que a todas luces aparenta ser su propia destrucción.
¿Y cómo?
El detonante inmediato de la crisis fue el intento inconstitucional de Maduro de disolver la Asamblea Nacional de Venezuela, debidamente constituida en 2016 a través del voto directo del pueblo, y sustituirla por una Asamblea Nacional Constituyente a todas luces ilegítima (véase artículos 344 y 345 de la Constitución venezolana y el decreto 2.830 de 1 de mayo de 2017 firmado por Maduro); y todo esto con la anuencia de un Tribunal Supremo de Justicia ilegítimo cuyos magistrados hansido designados en contravención de la Constitución (véase artículo 264 de la Constitución).
Con esta movida, Maduro perseguía hacerse con el poder absoluto para perpetuarse absolutamente en el poder a beneficio propio y de sus achichincles. Así de sencillo.
¿Y quién es Juan Guaidó?
El presidente de la Asamblea Nacional de Venezuela, quien conforme el artículo 233 de la Constitución de la hermana nación es ahora, ante la ilegitimidad de Maduro y de las elecciones fatulas de mayo de 2018, el presidente encargado de la República hasta tanto se celebren nuevas elecciones.
¿Y ahora qué?
En primer lugar, hay que buscarle a esta crisis una salida política: crear las condiciones para que Maduro salga del poder hacia Cuba, Rusia, Turquía o Irán sin mayor derramamiento de sangre. En segundo lugar, evitar las purgas y buscar la reconciliación nacional a través de la convocatoria a nuevas elecciones. Y echar a andar el motor económico del país más rico de América Latina.
Ahí la turbulenta hoja de ruta por la que Venezuela deberá transitar en el futuro previsible.
Gloria al bravo pueblo venezolano.
Published in El Nuevo Día: Tribuna invitada on February 1, 2019.